Consumir vitaminas extra para mitigar los efectos del paso de los años se convirtió en un acto reflejo.  Frascos multicolores se ofrecen como pociones mágicas para conservar la preciada juventud. Píldoras de realidad y fantasía.

 

En el afán de develar el secreto de la eterna juventud, son muchos los ensayos que, cual conejillos de indias, practican quienes sienten el paso del tiempo como la gran amenaza.

En esta revolución de las vitaminas el gran damnificado es el consumidor desprevenido. Recomendadas por amigos y familiares, sus efectos milagrosos se difunden como bien lo hace el saber popular: de boca en boca. Sin embargo, a la hora de los efectos negativos por intoxicación no hay quién dé cuenta de lo sucedido.

Estudios científicos revelan que una dieta balanceada provee todas las vitaminas necesarias para conservar la belleza, la energía y la salud, a cualquier edad. En estas condiciones, los nutricionistas sólo recomiendan el uso de vitaminas adicionales por medio de dieta o medicamentos a los fumadores, 30 miligramos de vitamina C, y a las mujeres que desean ser madres, 400 microgramos de ácido fólico. Es importante reconocer que las enfermedades específicas como el raquitismo y las deficiencias cardíacas requieren mayores dosis vitamínicas.

La medicina lleva años tratando de interpretar la vejez, y en esa búsqueda se han propuesto teorías que sugieren iniciar tratamientos geriátricos preventivos desde los 22 años, o incluso antes. Estos trabajos marcan una diferencia entre la geriatría y la gerontología, esta última trata exclusivamente a los ancianos.

Tres indispensables

Aunque algunos especialistas se pronuncian con cautela, los últimos descubrimientos refuerzan la importancia de las tres vitaminas para aumentar las defensas contra los radicales libres. Agentes agresores como el alcohol en exceso, el cigarrillo, la contaminación, los rayos solares y el estrés, atacan las células y modifican los procesos metabólicos.

Ante estos ataques, la vitamina C, hidrosoluble, protege el contenido líquido de la célula. La vitamina E es liposoluble y se adhiere a las paredes de las células para reforzarlas y protegerlas. El betacaroteno actúa como protector de las otras vitaminas.

Vitamina E
No se trata de una sola sustancia, son ocho compuestos. Se almacena en los tejidos grasos como el hígado y los músculos. Su carencia disminuye la duración de los glóbulos rojos y aumenta los daños en las células debido a los radicales libres.

Una sobredosis se manifiesta cuando sobrepasa los 8-10 miligramos diarios recomendados, y puede interferir con la acción coagulante de la vitamina K, trascendental en caso de accidentes o intervenciones quirúrgicas.
Se encuentra en aceites vegetales, germen de trigo, margarinas, grasas, semillas enteras, hígado, frutas y legumbres de hojas verdes.

Vitamina C
También conocida como ácido ascórbico. Participa en la formación del colágeno en la piel, en la cicatrización de las heridas y participa en la producción de las hormonas antiestrés. Se ha identificado su acción en la prevención de las cataratas y en las primeras fases del mal de Parkinson. La vitamina C es un potente antioxidante, se recomiendan 60 miligramos diarios. Es indispensable para asimilar el hierro, su ausencia produce escorbuto. Se encuentra en frutas y verduras frescas, es muy inestable a la luz, al calor y a los procesos tecnológicos como pasteurización, evaporación y condensación.

Betacaroteno
El organismo transforma en vitamina A una parte del betacaroteno, en función de lo que se necesite, otra parte la almacena y el resto la elimina, descartando el riesgo de una hipervitaminosis como sí puede suceder con la vitamina A.

El betacaroteno se fija sobre todo en la piel, la protege de los rayos solares y evita manchas producidas por la edad.

Se encuentra en alimentos como los albaricoques, los melones, la zanahorias, los espinacas y otras legumbres de hoja oscura.