En los niños, el sentido del humor conceptual se desarrolla a los tres años, el concepto de mentira y verdad a los cuatro, en fin, cada cosa a su tiempo.

Los cimientos para el desarrollo de las capacidades emocionales deben construirse durante los primeros años de vida; sin embargo, al igual que el aprendizaje cognitivo, tienen su propia dinámica temporal. Conocerlos ayuda a anticipar los cambios que deben esperarse en los pequeños. Dentro de las capacidades emocionales deseables para el buen desarrollo del niño se pueden incluir:

- Sentido del humor: Hasta los dos años los niños sólo pueden apreciar la comedia física. De los dos a los tres años, comienzan a comprender la naturaleza simbólica de las palabras y los objetos y disfrutan la incongruencia física y verbal (un zapato en la cabeza puesto de sombrero). De los cinco a los siete años descubren que las palabras pueden tener varios significados. De los diez a los catorce años los juegos de palabras y las expresiones de doble - sentido se sofistican y pueden ser usados como arma contra los adultos u otros chicos.

- Persistencia: La mayoría de los niños tienen fe absoluta en sus capacidades hasta los seis años. Después, su madurez cognitiva les permite reconocer sus límites y que existen otros más aptos para ciertas tareas. La comprensión de que el esfuerzo puede compensar la capacidad se vuelve crítica entre los ocho y doce años y por ello hay que insistir en la importancia de la perseverancia ante las dificultades.

- Empatía: Hasta los 6 años los niños poseen una empatía emocional. Los bebés frecuentemente se ponen a llorar cuando escuchan a otro bebé llorar. Entre uno y dos años, los pequeños diferencian la tristeza ajena de la propia y tratan instintivamente de consolar al que llora. A los seis años comienza la etapa de la empatía cognitiva y ya son capaces de ver las cosas desde la perspectiva de otra personal y actuar en consecuencia. Entre los diez y doce años su empatía se expande a personas y grupos que no conoce personalmente.

- Sinceridad: Entre los dos y tres años los niños no tienen el desarrollo lingüístico no cognitivo para percibir que existe un vínculo directo entre lo que dicen y lo que hacen . Es la etapa de las mentiras obvias. A partir de los 4 años, comienzan a comprender que mentir con la intención de engañar es malo, se vuelven fanáticos de la verdad. Al final de la niñez, la percepción de la mentira cambia y no siempre es considerada como negativa.

- Pensamiento realista: Es la capacidad de ver las cosas tal cual son, sin suavizarlas y sin minimizar su importancia. Los adultos y con mayor razón los niños tienden a evadir los problemas para proteger sus deseos y sus esperanzas del dolor. En vez de esconder una dificultad para proteger a los pequeños, la mejor opción es ser veraces. Cuando se les explica una situación, detallando los hechos desde el propio punto de vista, los chicos aprenden que el adulto tiene la fuerza emocional para examinar y enfrentar el problema y esto transmite en forma implícita el mensaje de que ellos pueden hacer lo mismo.

- Optimismo: Erróneamente se han relacionado las palabras pesimista - realista y optimista- iluso. El optimismo es una disposición a mirar el aspecto y esperar el resultado también más favorable. Puede ser una especie de inmunización psicológica contra una serie de problemas de la vida. Por el contrario, el pesimismo va de la mano con la depresión. Para enseñar el optimismo se recomienda revisar y controlar la forma en que se critica a los niños. Se sugiere hacerlo en forma precisa y explicativo optimista, evitar utilizar palabras categóricas como siempre, nunca en la reprimenda porque anula la posibilidad de cambio, ni exagerar los acontecimientos y sus consecuencias. Mostrar el error, pero también la posible solución.

- Reconocer las emociones: Para la sicóloga Gloria Pérez Aristizábal, las emociones son fundamentales a nivel biológico para la supervivencia de cualquier especie; por ello hay que aprender a reconocerlas, aprender a manejarlas (no a controlarlas) y expresarlas para sacarles el mejor provecho. Se trata de dirigir lo afectivo y no que lo afectivo dirija al individuo. En la medida en que se entienden las propias emociones, no sólo se tiene mayor dominio sobre ellas sino que se puede ser tolerante y enfático hacia las emociones de los otros.

Los pequeños son una incógnita para la mayoría de los padres. Estos educan con miedo, con culpa, con rabia o con tristeza porque no comprenden sus propias emociones y ven cosas que ellos tenían y que aún no han resuelto. No ven los problemas de los hijos como parte de un proceso que se puede manejar con tranquilidad. Generalmente se sobrevalora el papel del sello biológico, es decir, esa carga genética que se hereda de generación en generación. Esta herencia, según Gloria Pérez, predispone pero no marca definitivamente. Pesa mucho más la educación emocional, es decir, el manejo que se hace de ese sello biológico. Por ello, los padres deben trabajar en su interior para identificar, manejar y validar sus propias emociones y por lo tanto poder identificar, entender y validar las emociones del niño.

La nueva tendencia en educación es enseñarle a los pequeños destrezas para resolver problemas, para aceptar límites y frustraciones, para ser autónomos, para respetar al otro con sus diferencias. Un pequeño de seis u ocho años no sigue instrucciones complejas, no entiende modelos de deseabilidad. El niño se mueve en el aquí y el ahora, con lo que él ve en las personas que lo rodean y, por ello, toma gran importancia el ejemplo de los padres.