La vejez no es una enfermedad. Es un estado de graduales variaciones degenerativas, de lento desgaste, pero no necesariamente está acompañado de dolores o angustias. Es cierto que orgánicamente se presentan cambios a los que, al igual que en otras épocas de la vida, cada uno debe adaptarse sin  mostrar resistencia o nostalgia.

En la edad dorada, generalmente baja la resistencia física, se necesita menos horas de sueño, se deben utilizar gafas, estar atentos a los hábitos alimenticios, falla la memoria, lo que, en principio, no debería interferir en aprovechar la oportunidad de realizar lo que tantas veces cada uno sueña,  redescubrir intereses y reformular objetivos, hacer amistades nuevas y renovar las antiguas.

Continuar una vida activa física, intelectual y social, así sea a un ritmo más moderado del llevado en otros tiempos, será la mejor manera de vivir esta época de la vida caracterizada por la tranquilidad y el sosiego. Realizar diariamente algún tipo de ejercicio físico, como caminar tres o cuatro veces por semana durante 30 minutos, aumentar el consumo de frutas, verduras y pescados, y disminuir el consumo de  grasas y carnes rojas, mantenerse informados, leer y reflexionar,  aceptar a los demás y ayudarles cuando lo necesitan, hará sentirse saludable y útil hasta el final de los días.