La imagen popular al hablar de jubilarse es una persona pensando: Cuando me retire voy a ..., seguido de una lista de sueños. En la realidad, más común que la alegría de llegar a la libertad del retiro, es encontrar depresión crónica, una fuente racha de enfermedades y la aparición de los achaques.

¿Cómo es posible llegar por fin a la libertad de no tener que trabajar, no tener que cumplir un horario, recibir honorarios por el resto de la vida sin hacer nada y no estar contento? Si se mira desde fuera es llegar a la época dorada con todo lo positivo que puede tener esta palabra. Pero no es así. Según algunos estudios, actualmente 60% de los mayores, sobre todo del género masculino, sufren de depresión. El retiro marca una serie de cambios en la vida, en la percepción social y en la autopercepción de quien la vive, y modificar un estilo luego de décadas de seguirlo es difícil y muchas veces traumático.

El problema del tiempo libre

Ocho, diez o doce horas de trabajo solucionan más de un problema: Se tiene casi todo el día ocupado y no hay qué inventarse qué hacer. Se tiene la mente ocupada en aspectos externos que evitan profundizar o analizar temas espinosos que no desean tocarse. Se tiene contacto e interacción con el mundo. Se es un ente productivo, efectivo y por lo tanto valioso en términos de nuestra cultura.

Según la médica internista y geriatra María Francisca Echeverry H., una buena vejez se construye desde la juventud; si el universo de una persona se reduce a la eficiencia en el trabajo, cuando ya no sea una persona económicamente productiva su vida quedará totalmente vacía. Los hobbies, el cine, la lectura y una interacción afectiva activa en el entorno del hogar y social, son elementos enriquecedores que promueven la permeabilidad y la flexibilidad de la persona y se convierten en factores determinantes en su cotidianidad. Si la afectividad, el intelecto y el ocio productivo no se cultivan desde temprano, difícilmente la persona va a desarrollarlos cuando esté en la frontera de la jubilación. Es imprescindible acrecentar la individualidad en todos sus matices, para aprovechar el tiempo libre que regala la madurez.

El jubilado que ha dedicado su vida al trabajo se ve de pronto en una situación en la que no sabe moverse. Le sobra el tiempo y no está muy seguro en qué desea emplearlo. Se enfrenta a una intimidad familiar de 24 horas a la que no estaba acostumbrado y que seguramente lo sorprende y lo cuestiona. Comienza a intervenir más en su medio íntimo y muchas veces recibe rechazo porque los miembros de la familia llevan más de dos décadas acostumbrados a  una presencia virtual, más que real. Debe rehacer los lazos con su pareja y sus hijos, que pasan ahora a primer plano.

Una percepción social adversa

El jubilado deja de ser un hombre productivo en términos económicos, por lo que la sociedad lo relega al banquillo. Más drásticamente la cultura de fin de siglo que exalta la juventud y los valores de competitividad, creatividad, arrojo y flexibilidad sobre los valores de experiencia, conocimiento o trayectoria. En estos términos, es realmente difícil conseguir un trabajo luego de los 40 años y casi imposible si se sobrepasan los 45. El jubilado se siente relegado a esa franja que es mirada con cierta lástima y condescendencia, en la que son tratados como segundos niños, donde no son escuchados ni consultados y que, a nivel urbano, tampoco son tenidos en cuenta: los ascensores siempre cierran demasiado rápido para ellos, los subtítulos de las películas son demasiado pequeños, las escaleras demasiado empinadas y sin descanso, las áreas comunes mal iluminadas...

Cambio de prioridades

La vejez trae consigo una serie de cambios físicos que ponen límites pero que no inhabilitan. Según la geriatra María Francisca Echeverry, es un tiempo ideal para la creatividad, la afectividad y el trabajo intelectual. Para lograr que la experiencia de la jubilación sea positiva debe buscarse un cambio de valores y de percepción. Si el hombre centra su valía en su capacidad productiva, de proveedor, en su poder y dominio, su autopercepción se verá disminuida necesariamente por el retiro. Si toma este tiempo como un punto de desarrollo personal donde la competitividad esté fuera, donde ya no tiene que responder a los patrones sociales y donde se le dé mayor importancia a la afectividad, la espiritualidad y el desarrollo intelectual, puede crearse una experiencia enriquecedora y maravillosa. Descubrirse a sí mismo puede ser toda una aventura.

Jubilarse puede ser la mejor excusa para recuperar los espacios afectivos y lúdicos.